Siempre me ocurre lo mismo. Si un libro hace referencia o es comparado a Salinger, aunque sepa que en el 99,9% de los casos, se trate simplemente de una pérfida estrategia de marketing, acabo «cayendo». Lo bueno es que, en ocasiones, aunque la similitud con el misántropo más legendario de Manhattan sea cuestionable, funciona como excusa para descubrir obras más que apetecibles. Es el caso de este Cómo comportarse en la multitud, de la escritora francesa Camille Bordas, que nos traen los amigos de Malpaso. En el que además, y ni que sea cierto por una vez, la sombra de los Glass es innegable…

Nacida en Lyon y criada entre México y París, Bordas ya cuenta con tres novelas Les treize desserts y Partie commune, junto a la que nos ocupa hoy en su haber, así como diversos reconocimientos literarios en su país, pese a su juventud. Colaboradora de The New Yorker y afincada en Chicago, Cómo comportarse en la multitud es su primera novela escrita en inglés la traducción al castellano corresponde a Carlos Jiménez Arribas y, en mi opinión, nos ofrece la respuesta a una pregunta bastante singular. ¿Cómo sería una novela de Wes Anderson?

Cómo comportarse en la multitud nos introduce en la vida de Isidore Dory, pese a que el preferiría que le llamasen Izzie Mazal, proto-adolescente y benjamín de una familia de seis hermanos que reside en un pequeño pueblo francés. Una estirpe harto inusual, ya que sus parientes parecen sacados directamente de Los Tennenbaums. Una familia de genios. Luminarias «salta-cursos», doctores en ciernes, virtuosos músicos o duchos narradores pese a su pubescencia… Así como también «bichos raros» de manual. Completamente asociales. De los que pueden recluirse en su habitación durante días para luego dedicarse a aristotelizar es una lectura que favorece la creación de nuevos términos, la enésima serie de televisión o crucificar al muy ocasional invitado a casa con sus agudísimas invectivas.  

Dory es el, digamos, espécimen más «normal» de los suyos, alejado de la brillantez intelectual de sus hermanos y, al igual que la mayoría de muchachos abocados al tránsito hacia la edad adulta, desorientado y acongojado por cuestiones menos léase sexo, futuras orientaciones laborales, necesidad de aventuras y rebeldía insignes que estos. Pero, a cambio, es mucho más sensible y empático ante el dolor de los que le rodean. Y cuando su familia se vea sacudida por la tragedia, se convertirá en prácticamente el único asidero de sus miembros para lidiar con el dolor fuera de las «islas» en las que se han recluido y han convertido en sus elevadas pero rutinarias y preocupantemente aisladas existencias. O en el único nexo con el mundo de su frágil, peligrosamente inestable, amiga Denise.   

Entre prácticas de alemán, visionados de Viet Vo Dao arte marcial vietnamita, la gestación de la biografía de su también adolescente hermana Simone, dilucidar si está enamorado, su participación en una investigación de sociología avanzada como fundamental sujeto de análisis, buscarle pareja a su madre, Bertol Brecht y Dogville, o sus intentos fallidos de escaparse de casa, los verdaderos problemas a los que debe hacer frente Dory en Cómo comportarse en la multitud son de una envergadura gigantesca. Debido a ello, considero que el lector debe hacerle cierta concesión a Camille Bordas para «seguirle el juego» y creerse a su narrador y personaje central. Pero la propuesta literaria de la autora, que gravita entre esa comicidad poco convencional propia del horriblemente llamado «cine indie» y el drama latente estallará en contadas pero relevantes ocasiones está repleta de hallazgos, ya sea en forma de conversaciones imposibles entre hermanos acerca de cuál debería ser la interpretación correcta de la palabra pretencioso, el valor de las tesis doctorales la «teoría del embudo». Y, sobre todo, en la construcción de la mirada del chaval frente a la vida, entre la perplejidad propia de su edad, la rabia contenida ante lo que le sucede a él y los suyos y la ternura de un corazón bondadoso. Dory es una creación formidable.

De la misma forma que sucede con el cine de Wes Anderson, o ¿por qué no? hay gente para todos los gustos con la incomparable prosa de Salinger, es muy probable que a muchos lectores les descoloque en demasía el tono, entre excéntrico y contenido, circunspecto a la par que estrafalario y, a mi juicio, tragicómico con todas sus aristas, de la obra de Bordas. Que sentencien que la novela resulta algo desequilibrada, entre secundarios cuya función no queda del todo clara en mi caso, el personaje de Daphné y esa extrema moderación de la calamidad que «tocará de lleno» a Dory. O que se pierdan o, directamente, no se crean en absoluto, esas disquisiciones de habitación o patio de colegio mantenidas por críos de once años y/o muchachos que aún no han «abandonado el nido». Otros, en cambio, hemos encontrado a una autora con una voz muy original a la que seguir con atención.