Para el músico de Belleville, Illinois (1967) componer es un puente de ida y vuelta entre el placer de la creación y la rutina y el esfuerzo de la disciplina. Con el añadido de que hay que insistir. No todo sale a la primera. En su manera de pensar no parece que las musas tengan un especial protagonismo «[…] tienes que sonar mal para acabar para acabar sonando bien, aunque hayas compuesto quinientas canciones», explica Jeff Tweedy en ¿Cómo componer una canción?, publicado por Contra en las postrimerías del año pasado.  

Otra realidad es que el bloqueo del folio en blanco no le es ajeno. Lo explica alguien que admite haber padecido ansiedad. En cambio, sí le preocupa el parecerse a otro. Lo obvio es fijarse en músicos cuyas composiciones han sido bendecidas por el éxito. También, constan referencias al ego y al necesario control del mismo. Al respecto, el letrista narra una anécdota jugosa sobre el éxito, durante la presentación a la discográfica del que sería el tercer álbum de estudio de Wilco, Summerteeth (1999). En 2018, cumplidos ya los cincuenta, el músico publicó sus memorias, Vámonos (Para poder volver (Sexto Piso, 2019). 

Es una constante en el negocio de la música, no siempre plasmada en negro sobre blanco, la relación con el éxito. Si nos ponemos en modo hormiguita a partir de una planificación temporal y laboral, que se podrá cumplir mejor cuando no se está de gira y si el entorno lo permite. Tener hijos pequeños incomoda tanto al maestro de escuela como a un bombero. El guitarrista escribe que a partir de las 10 de la noche hasta medianoche hace lo siguiente: «Hago una pausa. Paso un rato con la familia: Hago mi crucigrama. (Sí, soy un freak y un adicto a los crucigramas, pero desde luego es mil veces mejor que cuando era un adicto de verdad)». Esto último hace referencia a unos años atrás y aquí vuelve a comentar unos hechos elocuentes en la vida de un narcodependiente. 

Tweedy sufrió migrañas y ataques de pánico que le llevaron al abuso de opioides. Visitaba a su suegra en el hospital, con el fin de apropiarse de la morfina. Quien no tenga demonios… Pero de ese caos han brotado canciones que perduran. El letrista da a entender que si se consigue llegar al final del trayecto de la composición ya es un éxito. Que luego funcione financieramente es otro cantar.  

Con frecuencia, sus canciones pueden parecer oníricas, pues tiene la habilidad de manejar un relato que se sostiene desde un lenguaje cercano, como si de repente un extraño viajero aparece en medio de la noche ante un fuego de campamento y los allí presentes quedan cautivados por sus historias. 

«Pero, ¿cómo haces que una canción consiga tener ese efecto? ¿Cómo puedes estar seguro de que estás produciendo esa conexión? Creo que para llegar ahí tenemos que empezar por nosotros mismos». El letrista hace mucho que descubrió que el sentido de todo acto creativo pasa por la aspiración, otros también dirían deseo, de establecer un vínculo con el prójimo por mediación del arte. El compositor encaja en esa fotografía, que tiene un apéndice, diríase una suerte de cartografía para creativos noveles en apuros. La segunda mitad del libro, de lectura amable y aleccionadora, está pensada para ellos. Jeff Tweedy también hace sus listas… de palabras.

 Foto: Whitten Sabbatini