Parece un maridaje imbatible: Blackie Books -por cierto, ¡Feliz Aniversario!- y Kiko Amat. O Kiko Amat y Blackie Books, tanto monta, monta tanto. Editorial y autor valientes, con una personalidad marcada y unas maneras de hacer que les diferencian —con claridad añadiría yo— del resto. A nivel formal, y porque desgraciadamente necesitamos catalogar las cosas, Chap Chap es una antología periodística. Pero si habéis leído a Kiko Amat alguna vez —no deberíais perderos su blog Bendito Atraso, especialmente sus recomendaciones literarias—, sabréis que con el de Sant Boi las formalidades y las categorías no tienen cabida. No es mi querido Hunter S.Thompson, pero seguramente es quién más se le acerca en este país. Gonzo proletario made in Spain.

Si esta fuera la reseña de un libro “al uso”, podría intentar definir el estilo periodístico de Kiko Amat, pero mejor digámoslo claro: Amat hace lo que se “le pasa por ahí”, bien abajo, en sus escritos. Y en la gran, abrumadora, mayoría de las ocasiones, nosotros que lo disfrutamos. Siempre hay unas características marca de la casa; la vivencia personal se fusiona con el objeto a evaluar, criticar u opinar sobre el tema que le ocupa; el ritmo es eléctrico; el tono es mordaz, desenfadado, llano —afortunadamente, Harold Bloom o Greil Marcus no es, desde luego— y; sobre todo, escribe con ROTUNDA, nada afectada, diáfana pasión. Como un Peter Pan de 40, de corazón profundamente British, con una mano machacando el portátil con sus diatribas y su incontinencia verbal, mientras los dedos de la otra los tiene metidos en el enchufe.

En Chap Chap hay de todo. Mucho de todo. Cagadas en forma de entrevistas no preparadas a famosetes tipo Juliette Lewis o Leticia Dolera. Investigaciones político-periodísticas muy kamikazes —la visita a Queralbs en pleno caso Pujol es de lo mejor de la compilación—. Críticas despiadadas y macarras —también descacharrantes— con consecuencias para su integridad física. Pecados de juventud, otros no tanto, en forma de artículos relamidos o infumables, en los que el autor se flagela a gusto —sobreexposición sí, pero para lo bueno y también lo muy malo—. Anécdotas mil y confesiones, alguna con bemoles, a veces trufadas en medio de la pieza periodística, otras engullendo a la excusa inicial de nuestro singular plumilla. Y sus propias opiniones al conjunto de la obra aquí mostrada, una colección de incisivos comentarios breves en los que Amat se atiza con saña, tanto al periodista como a la persona. El resultado es un cajón de sastre de lo más variopinto, una revisión a una trayectoria singular que también funciona, sorprendentemente bien de hecho, como precisa autobiografía de 1987 a 2014, desde unos juveniles y algo pendencieros primeros pasos al caótico pero feliz padre de familia actual. Todo queda escrito. TODO.

Entendería que las casi 500 páginas puedan ser demasiadas para los no iniciados al Amatismo. Hablar del bebercio, Style Council, alpinismo, cosas que uno puede y no puede hacer con críos, Sleaford Mods, John Fante, vasectomías, pijos de Calella, KevinDexys’ Rowland, Julio Iglesias, Allan Sillitoe, sus ocho trabajos de mierda, literatura carcelaria y un espectacularmente diverso etc, muestra que Kiko Amat se atreve con cualquier cosa, pero se antoja complicado que el lector disfrute los artículos por igual. Mi consejo entonces es degustar a Amat en pequeñas dosis, volviendo a escuchar o descubriendo por primera vez a los grupos y artistas que el santboiano eleva a esa categoría de “más grandes que la vida”, buscando los libros con los que el autor “pierde la cabeza”. Y es que sería una lástima que eso os echase atrás, porque os estaríais perdiendo a un periodista cultural genuino —o al menos a mi modo de ver—. Tras el personaje que Amat se ha creado, caústico, hipocondríaco, irreverente, corrosivo… hay una persona exactamente igual. Personalidad, absolutamente nada de cinismo y, lo más importante, contagiosa —leed Mil Violines, diablos—, irrefrenable y transparente pasión por lo suyo. Joder, eso debería ser un periodista cultural.