Ya hace un par de añitos que Carla Morrison lanzó este Déjenme llorar, pero aún se sigue presentando en algunos círculos como si fuera obra nueva. Esto tiene que ver con la propia forma en la que se está desarrollando la carrera de esta mexicana/californiana, conquistando público y países al golpito, sin grandes campañas que se empeñen en obligarnos a conocerla y quererla. En España, por ejemplo, hace apenas unos meses que este disco ha sido el elegido por Warner para hacerla irrumpir en el mercado, obviando un par de EPs previos en los que ya se vislumbraba su evolución.

Grammys Latinos y seria repercusión 2.0 la convierten ya en algo más que una simple promesa. Hay quien incluso la define como la voz de una nueva generación latina, y lo curioso es que al escuchar el disco en su integridad, cuesta encontrar concesiones a la comercialidad gratuita, al estribillo pegajoso o al ritmo machacón.

De hecho, la cosa se abre con la delicada y misteriosa Apagué mi mente, envuelta entre chelos y mecida por arpegios de guitarra y pinceladas de piano. Es un baladón de cámara con un sentimiento del dramatismo muy latino, bastante cercano al universo con el que nos conquistó la añorada Lhasa de Sela.

Ese desgarro crudo forma parte de los encantos más inmediatos de la Morrison, aunque quizás lo que la ha llevado a ir más allá del producto exquisito de culto sea un poso de inocencia juvenil (muy en la onda de Julieta Venegas o de su amiga y madrina artística Natalia Lafourcade) que luce de manera especial en las canciones de alma más popera (un pop muy sui géneris en el que también caben blues, jazz y folclore latinoamericano).

Es un disco impecablemente instrumentado y producido, que cuando apuesta estilísticamente por algo muy concreto (como el pop años 50 de la divina Eres tú o la “torch song” que da título al disco), huye del tipo de arreglos que podrían resultar más evidentes en esos casos , llegando siempre a una solución en la que predominan la austeridad y la elegancia.

Tengo mis pegas con las letras, que aunque han sido celebradas como personales notas sobre el amor y el desamor, a mí se me antojan en ocasiones como una acumulación de lugares comunes en primera persona que a veces me imposibilitan distinguir una canción de otra. O tal vez el problema sea el exceso de generosidad con la duración y el tracklisting del disco: 15 canciones en más de una hora que hacen que lo que debería ser percibido como coherencia y personalidad propia corra el riesgo de convertirse en monotonía.

Un poco mejor destilada, Carla Morrison tiene todos los ingredientes para ser una artista grande en el más ambicioso de los sentidos.