Si la anterior biografía musical reseñada en la sección, la de Dave Grohl, era el colmo del optimismo, hoy me paso al otro lado con Canción de amor definitiva, las memorias de Jorge Martí, cantante y guitarrista en La Habitación Roja, que publica Plaza & Janés. Una de las obras más desnudas jamás leídas por un servidor en este género, normalmente proclive a la épica y el glamour. Reemplazados aquí por la vulnerabilidad y la valentía de abrirse en canal para contarnos su disociada existencia. Como bien reza su subtítulo, La vida, como un disco, tiene dos caras… 

Jorge Martí Aguas se acerca a las tres décadas al frente de La Habitación Roja, que cofundó allá por 1994 en L’Eliana, Valencia, junto al batería José Marco, al que no tardaría en unirse Pau Roca a la guitarra —la formación actual, completada por Marc Greenwood al bajo, data de 2001—. Pero Martí también es un enfermero anónimo en Molde, Noruega, donde reside junto a su esposa Ingrid y sus dos hijas. Una doble vida, que ya habíamos conocido en el muy recomendable documental In the middle of Norway. En la que las heroicidades no tienen tanto que ver con lo que sucede en los escenarios, sino en las gélidas batallas cotidianas contra el olvido y la enfermedad. A working class hero is something to be… 

Ese contraste entre ser el cabecilla de La Habitación Roja (LHR), uno de los grupos epítomes —mal que le pese a algunos, siempre se les ha atizado con especial inquina— de aquello que llamábamos indie español —había vida antes, no todo va a ser yermo postureo autotuneado— y su más bien adusta realidad en Scandinavia es la viga maestra de Canción de amor definitiva. Antes, claro, tenemos los esperables orígenes, en los que Martí ya nos muestra que ha encarado sus memorias con la sinceridad más desarmante por bandera. Infancia y adolescencia en Valencia. Mucho fútbol. Ruta del Bacalao. Primeros pasos musicales, nacimiento de LHR. Y un erasmus trascendental… 

Porque ya en esa etapa inicial, en Canción de amor definitiva Jorge Martí no teme reflejar sus frustraciones, dudas y renuncias. Ya sea en cómo encarar el hiperhedonismo adolescente propio de sus latitudes, la confrontación entre su amor por la pelota y su idiosincrasia musical, sus expectativas formativas, laborales o sexuales, la honestidad es sorprendentemente brutal. Por eso, cuando Trondheim-Molde e Ingrid aparecen en el relato, el lector ya se encuentra indefectiblemente «en su barco». Es un prosista «intensito», cierto. Pero su cercanía logra transmitir una credibilidad inusitada a una historia que va a ir adquiriendo capas y capas de complejidad… y humanidad. Uno de los últimos románticos, sin duda.

Y es que Canción de amor definitiva nos hace partícipes de una existencia fragmentada en todas sus dimensiones. Por un lado, tenemos el viaje crónico, con esa poderosa sensación de sempiterno tránsito, o la siguiente fecha marcada en el calendario. Luego, la carrera de LHR, una trayectoria exitosa y duradera en la que, sin embargo, la sombra del «parecía que ahora sí» nunca se traduce en petarlo definitivamente. Donde los hits indestructibles y conciertos festivaleros memorables van acompañados de espinosas giras mexicanas, reveses profundos en el seno del grupo, y relaciones, digamos —ejem, ejem— fluctuantes con las discográficas. Y, finalmente, una historia de amor mundanamente gigantesca. 

Ese es, a mi juicio, el colofón de Canción de amor definitiva. Adentrarse en la disección de la relación de pareja, pronto una familia, con una voluntad, de nuevo, diáfana. Jorge Martí nos narra la edad de oro, esos instantes de enamoramiento con sobredosis de azúcar, eso sí, ya salpicada de los problemas logísticos de la distancia. Las posteriores barreras económicas, laborales, lingüísticas, que trastocan cotidianidad y carácter. Las dificultades de la paternidad siendo músico. La profunda crisis conyugal. De los restos del naufragio a una suerte de refundación, ardua, íntima, mediante la enfermedad —la de Ingrid, los sustos de Martí, pero también la que conoce a diario en su trabajo—. Un van a por nosotros de una efusión brutal.

Ciertamente, Canción de amor definitiva puede resultar abrumadora para quienes busquen tan solo la habitual recopilación de anécdotas y resumen de la dilatada carrera de LHR. Todo eso está igualmente en el libro. Pero Jorge Martí ha escrito algo bastante más valiente y novedoso. Una cara B sin sencillos rompedores. En cambio un trabajo más conceptual y personal, que explora reveses y sinsabores de una vida bipolar en la que el autor, admite, no acaba de encajar. Donde los contrastes trastocan ánimos, labores y geografías. No obstante, asimismo generan canciones. Porque su discografía se revela absolutamente indisociable de sus vivencias. Esa quizás sea la manera definitiva de leer estas memorias, que suenan, siempre, a verdad.