La particular Eucaristía de Carlos (Antonio de la Torre) consiste en comer carne humana.

El almeriense Manuel Martín Cuenca vuelve a narrar una disfuncional e inquietante historia de amor (como ya lo hiciera en “La flaqueza del bolchevique” y en “La mitad de Oscar”), esta vez entre un sastre granadino de peculiares gustos culinarios y una joven rumana que busca a su hermana gemela (Olimpia Melinte).

El silencio y la monotonía son los que acompañan a este monstruo en su día a día. Una vez más, Antonio de la Torre sobrepasa los niveles ponderables con su trabajo.

Con una frugal y contenida interpretación nos regala uno de los personajes más austeros y terribles del Cine español de los últimos años. Sería muy justo que el próximo 9 de Febrero recogiera su GOYA A MEJOR ACTOR PRINCIPAL, pues sin duda se lo ha ganado.

Emparentada lejanamente con “Las horas del Día” de Jaime Rosales, esta oscura y cruda película de aroma hitckockiano  tiene el encanto del mejor Vicente Aranda (“Amantes”), la esencia del Carlos Saura más perturbador (“La madriguera”) o el carácter del Jose Luis Borau de “Furtivos” pero sin llegar a rematar y quedándose con cierto tono de película fallida.

La Semana Santa granadina se impone, acertadamente, como escenario de fondo en el  “Vía Crucis” de este parsimonioso asesino en serie al que durante un instante el amor calma sus ansias y su irrefrenable deseo de la carne.

Desasosegante cinta que continúa el camino de Martín Cuenca hacia una película redonda. Esperemos que a la próxima lo consiga.