Hay casas que se empiezan por el tejado y hay otras que nacen con los cimientos ya asentados. En esa manera de ver la construcción los problemas no hacen otra cosa que crecer. Con Canciones de amor a quemarropa (2014), Nickolas Butler (Allentown, Pennsylvania, 1979), como escritor, dio un giro brusco hacia el éxito. Luego ha publicado las novelas El corazón de los hombres (2017), Algo en lo que creer (2020), todas en Libros del Asteroide y reseñadas en esta sección. Diversas de sus obras han sido premiadas y traducidas a diferentes lenguas. 

La generación de norteamericanos de la década de 1980, los hijos de Internet, son buena gente que de golpe y porrazo ha descubierto que el sueño norteamericano es una patraña. Tal vez exista alguna baza que lo haga salvable, pero la cotidianidad de millones de trabajadores está a rebosar de quebraderos de cabeza e injusticias. El novelista ni cree, ni deja de creer, pero tiene la habilidad de no andarse por las ramas. 

Buena suerte (Libros del Asteroide, en castellano, y Bona sort, Edicions del Periscopi, en catalán) ponen sobre el tapete el cambio económico y social que está afectando al Medio Oeste de Estados Unidos. El autor traza una historia que transcurre en Jackson Hole y alrededores, Wyoming, y San Francisco, California, donde reside Gretchen Connors, una abogada corporativa, millonaria, con poco tiempo que perder, habituada a mandar y de carácter áspero delante una negativa. Y… sin vida privada, pero con unos cuantos secretos en el armario. 

En el otro lado de la balanza encontramos a tres amigos desde la infancia, criados en Utah, y que rondan los 40 años. Teddy Smythe, Cole McCourt y Bart Chirstianson, tres “manitas”, socios y propietarios de una pequeña empresa constructora, Triple Triangle, donde pelean por un futuro mejor. Los tres advierten que su pequeña ciudad es un punto de destino vacacional para pijos de la Costa Oeste. Mientras comienza a llover el dinero, la gentrificación enseña sus garras. 

Existe una parte del país, el suyo, que, según el autor, está dispuesto a expulsarlos de su bienestar. Los privilegios no son para la clase obrera o los pequeños empresarios. Autores de la trascendencia de John Steinbeck ya arremetían contra la injusticia hace casi un siglo. El novelista conoce bien a esas gentes, pues en la vida real, forman parte de su entorno. Se necesita entrar en la geometría del pelotazo. La abogada es la palanca que permite abandonar el ir tirando cotidiano para alcanzar la bonanza económica. 

El escritor expone una alambicada historia de codicia, en que el consumo de metanfetaminas –Butler ha declarado que “es una epidemia en la Norteamérica rural”, como bien muestra la notable miniserie Dopesick (2021)– juega un papel preponderante para domeñar el dolor que permita a Bart cumplir con un encargo muy jugoso, que ya ha dejado un cadáver. La abogada implacable, que más factura de su bufete, tiene prisa por ver acabada la casa, que será su legado, para ello practica aquello tan viejo del palo y la zanahoria. La letrada tiene la llave del paraíso y la pequeña constructora decide ir a su encuentro. 

La trama reside en acabar la residencia, una joya de la arquitectura moderna en armonía con la naturaleza en un tiempo récord, plazo que se antoja imposible. La millonaria les ofrece el premio gordo: ganarán más dinero del que nunca pensaron que fuera posible. El presupuesto es casi ilimitado, pueden subcontratar todo cuanto gusten, pero el día X, qué mejor que Navidad, deben entregar las llaves de la mansión de cristal, situada en las afueras de la ciudad, alejada del escrutinio público y a cubierto de miradas indeseadas.

En esa idea tan gringa de “La Oportunidad”, de la ocasión única, Butler sitúa al decidido Cole en una posición dominante. A Teddy lo posiciona en el centro, como lo que es: un family man de manual, todo bondad, trabajo y visitas dominicales a la iglesia, sabedor que el dinero significa, por fin, comprar una casa para su familia, esa propiedad es la máxima expresión de amor que puede dar y que tanto ansía recibir su esposa, Britney. El tercero es Bart, el aprendiz de outlaw, con rachas de suerte diversa, que trabaja como el mejor, mientras lo devoran sus demonios. Tras lesionarse y meterse en un lío fenomenal, consume cualquier cosa a modo de analgésico sabiendo que se enredará en una espiral de dolor y paliativos. También quiere su tajada. La entente entre ellos es un hecho.   

La codicia coexiste con la ambición. El escritor domina los tiempos y no tiene prisa. Se deleita explicando los paisajes y las peculiaridades y las relaciones entre los personajes hasta que la fecha de entrega se vuelve una amenaza inexorable, entonces la narración toma velocidad y muestra lo que se ha estado cocinando a fuego lento, las turbulencias del proceso. Las escenas, mediante giros dinámicos y sorpresivos, lanzan la acción hacia una narrativa cercana al thriller, que demanda al autor una mayor atención hacia la abogada, que este no concede. En cambio, Nickolas Butler ensalza la amistad entre iguales, en una sociedad rural, en la que se intuyen intensos recelos ante los códigos de las grandes urbes. El Medio Oeste está cada vez más cerca del vacío socioeconómico. Capitalismo salvaje, lo llaman. 

Foto: Martí Fradera