Muchas gracias por la lección, Pepitas de Calabaza. Y vosotros, apuntaros bien el nombre de esta editorial riojana de imposible eslogan, Una editorial con menos proyección que un cinexín —como no nos van a caer bien—, porque a tenor de la primera referencia que reseñamos en Indienauta mucho me temo que este sea “el principio de una gran amistad”. Descubrir un mundo hasta ahora totalmente ajeno, aprender mientras se disfruta de la lectura, no es algo demasiado habitual, por desgracia. Eso es exactamente lo que me ha ocurrido con Boxcar Bertha —sí, Scorsese la llevó al cine en 1973, pero cualquier parecido con la novela es pura coincidencia—.
El descubrimiento es la llamada “Hobohemia”, es decir, el universo paralelo y, durante un tiempo, bien real de los hobos: trabajadores migrantes, vagabundos, revolucionarios, pero sobre todo un movimiento contracultural tan singular como auténtico y poderosísimo en cuanto a desafío a la sociedad establecida. Ben Reitman narra las peripecias de “Boxcar” Bertha Thompson desde su infancia hasta la edad adulta, una hobo en continuo tránsito por unos Estados Unidos, el de los años 30, en transformación, mientras absorbe las experiencias que le proporciona un periplo vital increíble. Para los que veneramos a Kerouac y esa Biblia literaria que es En el Camino, toparse con Boxcar Bertha es como llevarse un sonoro bofetón.
Y es que en lo que en los Beatniks era espíritu de joven rebeldía, confusa y anhelante, para los hobos era ambición de transformar la realidad social. Echarse a la carretera, jugarse la vida saltando a los vagones de carga de los trenes de mercancías, era tanto deseo de aventuras como una forma, premeditada y sorprendentemente desarrollada, de entender el mundo, para intentar cambiarlo o, al menos, vivir al margen de los patrones dominantes.
Reitman sabía de lo que hablaba, ya que su novela es el fruto de las propias experiencias del que fuera considerado “rey de los hobos”. Vagabundo desde los 12 años, viajó por medio mundo, se convirtió en el médico de los trotamundos y en especial, de las prostitutas de Chicago, mientras decidía entrar en el mundo de la política-asociacionismo colectivo y se vinculaba, profesional y sentimentalmente, con la célebre revolucionaria anarquista Emma Goldman. Y aunque no tardaría demasiado en alejarse de los planteamientos más radicales, declarándose como “un reformador, no un revolucionario” su labor sería fundamental para la reactivación de la Universidad Hobo, un lugar autónomo de educación y pensamiento subproletario. Un espacio de resistencia.
Ahí es donde Boxcar Bertha apabulla al lector. Al desgranar una cultura y una organización social que en principio parece lo contrario de nuestro arquetipo mental del vagabundo. Ser hobo era ser un aventurero, pero también una postura y una actitud política frente a la instauración inapelable del capitalismo y las ciudades tal y como las conocemos. Mediante la historia de Bertha asistimos a un cuestionamiento de los “valores morales” —no hay espacio para la estulticia supersticiosa de la religión ni para dogmas políticos— asumidos como propios de las sociedades occidentales. Nuestra heroína predica con el ejemplo el amor libre, usa su cuerpo para obtener lo que quiere y se cuestiona su condición de mujer una y otra vez —de la prostitución a la maternidad—, no siente degradación alguna por su condición de pobreza o por no disponer de posesiones o arraigos, no entiende el trabajo como una meta del ser humano. Bertha vive en libertad. Vive sin miedo. Explora, experimenta —lo bueno y lo terrible—, asimila. Y vuelta a empezar.
Por poner alguna pega, quizá Reitman peca de algún exceso didáctico —como cuando Boxcar empieza a recopilar estadísticas sobre prostitutas— que por momentos parecen mutar la novela en un ensayo, y en la resolución de la novela —tranquilos, no haré spoiler— vierte el pensamiento del propio autor sobre su personaje, encauzándola hacia un final probablemente algo edulcorado para lo que habíamos leído hasta entonces. O puede que no. Puede que con ese final Reitman simplemente estuviera señalando el ocaso de la revolución hobo, condenada a elegir entre la integración forzosa o su criminalización definitiva. En cualquier caso, conocer la historia de Boxcar Bertha es una sorpresa, un reto y un aprendizaje. Bravo por los relatos y las editoriales valientes.
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