Lo avisábamos en septiembre a raíz de la reseña de Mánchester. El sonido de la ciudad: el musicólogo más workaholic y polivalente del panorama nacional, Marcos Gendre, no iba a tardar mucho en reaparecer por estos lares. Pues ya lo tenemos aquí, de vuelta con Blues de la frontera. Anarquía y libertad de los Amador que publica Efe Eme dentro de su Colección Elepé. Una obra que hibrida la historia oral con el ensayo analítico acerca del contexto, la creación y el valor —entonces y ahora— de Blues de la frontera, cuarto y último disco de Pata Negra, la banda de los hermanos Raimundo y Rafael Amador, publicado en 1987, considerado uno de los epítomes de aquello que se denominó «nuevo flamenco»… y referencia fundamental en la historia del rock estatal.

Igual que un trabajo que, tres décadas después, sigue sonando fresco, imaginativo y arrolladoramente desacomplejado, Blues de la frontera, el libro, busca el dinamismo y la polifonía de voces para pergeñar este singular «como se hizo». Y, sin embargo, uno diría que las ausencias de los dos hermanos, de inicio, debería restarle buena parte del crédito a la apuesta de Gendre. No es así. Ni por asomo. Primero porque el ramillete de oradores entrevistados es formidable. Por estas páginas desfilan Diego y Luis Amador, Raúl Rodríguez, Antonio Carmona, Cathy Claret, Ricardo Pachón, María Pacheco, Antoñito «Smash» y un extenso etcétera de familiares y allegados al entorno de los Amador, así como de quienes tuvieron algo —o mucho, o todo—  que ver con la gestación del disco. Y, segundo, todavía más importante y meritorio por lo que respecta a la labor del autor coruñés, porque pareciera que no contar con los co-protagonistas de esta historia «libera» a los participantes del libro, dispuestos tanto a desentrañar los entresijos tras la grabación de esas icónicas canciones, como a hurgar en la memoria, rescatar recuerdos y vivencias, como a discutir abiertamente sobre «lo gitano», el flamenco, la fusión y «el purismo».

Situadas las coordenadas estructurales de Blues de la frontera, solo queda dejarse arrastrar por este making-of que, junto con el componente lógicamente histórico-discográfico que repasa la trayectoria de los hermanos Amador desde los tiempos de Veneno, nos ofrece una más que interesante aproximación a una Sevilla pretérita, auténtica, canallesca, hippie y vital, introduciéndonos en la vida en las Tres Mil Viviendas, reino de los Amador y elemento clave para entender la personalidad, genuina y anárquica, tanto de un reguero de discos que dieron forma al «nuevo flamenco» —sin perder de vista otros nombres fundamentales como obviamente Camarón, Lole y Manuel, El Lebrijano o Ketama—, como de la idiosincrasia indomable de Rafael y Raimundo. Gendre, ayudado por su cohorte de voces consultadas, se mete a fondo a hablar del diálogo, complejo y no del todo comprendido —ni entonces ni ahora— entre la tradición flamenca maridada con el blues y el jazz a la que Pata Negra se lanzó en toda su reivindicable osadía durante su carrera, y que en las nueve piezas de Blues de la frontera alcanzaría sus cotas más memorables.  

Rafael y Raimundo Amador. Pata Negra. Foto: Mario Pacheco

Hay algo hermoso y excitante en el desglose tema a tema de Blues de la frontera. Y no es tanto por la deconstrucción en sí, sino por las circunstancias tan peculiares que rodearon a su grabación. Es el compromiso y firme decisión —también paciencia— de Mario Pacheco y su sello Nuevos Medios. Es la figura del productor por antonomasia del «nuevo flamenco», Ricardo Pachón. Es la ligera sensación de caos —un poco nave de los locos con tanto músico entrando y saliendo—, entendido como sana espontaneidad, en el estudio, la libertad creativa por bandera. Y, sobre todo, es el entusiasmo de los entrevistados. Es imposible que, por mucho que uno las desconozca o incluso sea reacio al género —prejuicios, prejuicios—, no le entren ganas de escuchar las canciones diseccionadas en este libro. Y que, al (re)descubrir piezas como «Bodas de sangre», «Yo me quedo en Sevilla» o «Calle Betis», no entienda los porqués de la condición de clásico de Blues de la frontera. Genio, riesgo y pasión.

Pero, en mi opinión, lo mejor de este Blues de la frontera es lo que queda expuesto, abierto y pendiente, imposible de cerrar en estas doscientas páginas. En primer lugar, es la pregunta respecto al legado y relevancia del disco así como de la figura de los Amador, que muestra una saludable disparidad de opiniones, casi tantas como entrevistados, que van del recuerdo más personal e íntimo de Cathy Claret a la potente reflexión del músico Raúl Rodríguez sobre cómo ese incipiente flamenco-rock se ha perdido tristemente por el camino. Y, directamente ligado, ese debate acerca de la pureza y estado actual del flamenco que entronca con nombres tan en boga como Rosalía o El Niño de Elche, supuesta nueva vanguardia del género sobre los que se ciernen bastantes sombras, o el más bien bochornoso «flamenquito», su versión comercialoide y rebosante de clichés.  

Por ponerle un pero a Blues de la frontera, es una lástima que no haya un capítulo sobre el final de Pata Negra y la separación de los hermanos Amador. Parece una oportunidad perdida teniendo en cuenta a la cercanía a Rafael y Raimundo del plantel reunido entre pasado y presente. Exceptuando eso, estamos ante un libro redondo y coral, donde convergen el arte, la historia, el misterio, la creación, la relación-conflicto entre pasado-presente, tradición y vanguardia. Una obra felizmente incontenible… como la música de la que habla.