7.8Score
Final Verdict
Repleto de aciertos, en 'Usos múltiples' Birkins regresan con su característico buen hacer mientras amplían sus miras estilísticas. Explorar nuevos territorios sonoros sin perder la esencia no es un reto fácil, y los canarios lo logran, dejando varias joyas pop por el camino.
Uno llevaba mucho tiempo sin reseñar discos. Pero la ocasión para regresar a ello es de las especiales. Birkins están de vuelta con Usos múltiples, sexto trabajo de la banda canaria que nos los devuelve a la acción con jugosas novedades. Cambios en la formación, que definitivamente se consolida como cuarteto. La mitad del propio combo, Sergio Miró y Alby Ramírez —El Quebradero—, responsabilizada de las labores de producción, aunque nuestro venerable majara Paco Loco sigue a cargo de las mezclas. Y muchas ganas de añadir nuevos colores sónicos a su particular paleta —que ya era dúctil— de pop-rock.
El arranque de Usos múltiples es impecable. «Dos minutos», elegida como el primer adelanto, nos muestra a los Birkins que conocemos y queremos: la voz de Cristina Santana en primer plano —en este disco lo canta todo, brindo por eso—, guitarras, olfato melódico intacto… Con la novedad del estupendo uso de sintetizadores analógicos —cortesía de Javier «Carasueño» Vicente, clave en la sonoridad del álbum—, envolviendo al tema en una pátina distante, crepuscular, que al tema le queda como un guante. No le anda a la zaga «El precio de la felicidad», donde a un elegante piano y atmósfera de polvoriento, vesperal western, se le suman los añejos sonidos del mellotrón, hasta topar con el indeleble estribillazo. Vendrán más.
El francés aparece por primera vez en la cuidadísima «Marlène», puro sello Birkins con una preciosista sección de cuerdas que, junto al acompañamiento vocal de Lyla Foy, crean una sensación de intimista delicadeza. En cambio, uno no acaba de entrar en la trotona y desenfadada «Ilusa», donde diría que los nuevos ropajes elegidos, por excesivos, no acaban de sentarles bien. O, simplemente, se me atragantan —no entiendo que aportan— los coros robóticos. Poco importa, porque le sigue «El puente», nuevo corte incontestable donde, ahora sí, las piezas encajan. Estupendas guitarras jangle —solazo incluido—, de nuevo aires de «duelo al sol», y una farfisa ululante que desembocan en otro gran estribillo.
Vienen más guitarras con «Café noir», la pieza más densa y rocosa de Usos múltiples, acercando a Birkins a un shoegaze «a la francesa» que les sienta sorprendentemente bien. No acaban aquí los experimentos, ya que llegamos a «Los amantes», la canción más divisiva del disco. Urgente y ácida, su pulsión krautrock es un sueño para quienes pensamos que Cristina también podría ser la versión canaria de Laetitia Sadier —en realidad, con esa voz, lo que ella quiera—, aquí adoptando una atractiva versión desafiante. Pero los coros enlatados, ahora sí con mucho peso, prácticamente la arruinan a mis oídos. Una pena.
Afortunadamente, el tramo final de Usos múltiples acaba con el posible debate abierto. Y es que, a continuación, le toca el turno a la magnífica «Dies irae», épica arrebatada con aires cinemáticos, de gran superproducción, donde Cristina tiene espacio para brillar con luz propia en otro estribillo memorable. Mucho más ligera y directa llega rauda «L’ennui», pop jovial que podría haber firmado mis estimados The School. Una fresca antesala para «La primera canción de amor», última aventura sónica del LP, donde se atreven, con resultados más que prometedores, con el spoken-word, enseñando cuán decididos están a transitar nuevas sendas.
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