Hoy, gracias a Blackie Books, os sugiero un propósito de lo más original para este año nuevo recién comenzado: ser un poco más cómo Bill Murray. ¿La forma de lograrlo? Vivir un poco más la vida y seguir los digamos «principios» recogidos en esta obra del periodista Gavin Edwards, parte biografía —breve y sin escarbar demasiado en los aspectos más íntimos—, parte anecdotario, parte libro de autoayuda. Que ya va siendo hora de devolver a Paulo Coelho al lugar —oscuro, muy oscuro— donde se merece…
Cómo ser Bill Murray recopila las historias, peripecias y citas de William James Murray, un actor memorable, al que muchos llevamos «en el corazoncito» gracias a películas como Lost in Translation, Life Aquatic, Academia Rushmore o Groundhog Day —me negaré mientras viva a llamarla Atrapado en el tiempo—, pero también «algo más». Bastante más, de hecho. Un gamberrete famoso que dinamita la imagen tradicional de la celebridad con cada uno de sus imprevisibles actos. Un saboteador profesional de las convenciones. Un entrañable fauno de carne y hueso. Un hilarante bufón moderno parapetado en su mueca melancólico-tristona. Una leyenda urbana con patas y gorra de béisbol. En definitiva, un espíritu libre.
«Cuando te haces adulto y puedes escoger tus placeres, debería merecer la pena escogerlos».
Edwards, un escritor que sabe transmitir a la perfección el peculiar joie de vie del intérprete de Chicago, dotando al libro de desparpajo y una refrescante falta de seriedad —los títulos de los capítulos, o esas divertidas digresiones encapsuladas bajo el lema Encuentro de Bill Murray con los jóvenes de Estados Unidos—, va hilando el relato de las andanzas del cómico, que básicamente consisten en interactuar con perfectos desconocidos —también con famosos, genial su primer encuentro con Sigourney Weaver— en las más diversas y sorprendentes formas. Robándole las patatas al de la mesa más próxima. Tomando prestado un carrito de golf en Suecia a altas horas de la noche. Liándola en un campo de béisbol o de golf. Haciendo de camarero para servir lo que le dé la gana a los alucinados clientes —tequilas para todos—. Colándose en una fiesta universitaria. Bueno y en otras muchas fiestas para, a veces, incluso ponerse a fregar los platos en la cocina. Descacharrante y sin desperdicio.
Sin embargo, lo más interesante de Cómo ser Bill Murray es que la compilación de guasonas e inofensivas disrupciones en la mal llamada «normalidad» conforman una especie de filosofía de vida, en la que el humor, la irreverencia y las excentricidades parecen decirnos «relájate, sonríe, disfruta» y, sobre todo, «despierta». Máximas que el actor parece seguir a rajatabla también con su carrera.
«La verdad es que solo quiero trabajar cuando me apetece. La vida es muy dura, y es la única que tienes. Me gusta lo que hago, y sé que en teoría tengo que hacerlo, pero no puedo aportar nada si no vivo la vida».
Y es que Edwards remata el libro con el repaso cronológico a la filmografía de Bill Murray. Una decisión que, en un principio, podría parecer un anexo discutible para «inflar» el volumen. Pero, muy al contrario, rápidamente se convierte en la mejor demostración de que el ciudadano Bill Murray es indisociable del Bill Murray actor —otra hipótesis sería que Bill siempre está interpretando un papel, un jokerman versión jovial, sin guitarra ni negras gafas de sol, sino mirad St.Vincent—. Porque el absorbente y entretenidísimo análisis que realiza el autor sobre sus trabajos en, hasta la fecha, cincuenta y nueve películas, se convierte en otra nueva retahíla de anécdotas y situaciones singulares. Bill Murray haciendo de cada rodaje una aventura —poniendo de paso de los nervios a directores y productores que nunca saben a ciencia cierta cómo contactarlo o si éste va a presentarse finalmente a rodar sus escenas—. Combatiendo, en escena y fuera de ella —acaso sean lo mismo— ese Día de la Marmota eterno en el que nos hemos metido. Sí, todos seríamos más felices, más nosotros mismos, siendo un poco más cómo Bill Murray.
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