En realidad, Big Summer ya nos habían avisado. Las pistas estaban ahí, como migas de pan bien generosas en el camino —o hilo de Ariadna para los mitólogos—, fáciles de seguir para quien estuviera dispuesto a verlas. Sus últimas canciones hasta la fecha, las de su EP de 2014 y título homónimo anunciaban que el verano estaba llegando a su fin. Y ahora, en su esperado segundo disco Trigger, nuevamente con El Genio Equivocado, apenas queda lugar para el sol.

Y es que un disco titulado «gatillo» o «disparador» y con esa angustiosa, inquietante portada, no puede llamar a engaños. Tampoco Sprong y Too Young, las canciones que abren el trabajo marcando las coordenadas sónicas del mismo: guitarras que parecen sumergidas en agua, efectos siderales, la voz de Vasco Batista —también los coros— en la lejanía, percusiones distantes y parones nada casuales. Todo para evocar una sensación de quietud, un estado algo sombrío, desasosegante y de reflexión. Densas brumas existenciales.

No os asustéis. No estamos hablando del Spiderland de Slint o el It’s a wonderful life de Sparklehorse. Tampoco de la narcolepsia del reciente retorno de Radiohead A moon shaped pool. Simplemente, Vasco y los suyos han decidido aparcar el surf-pop luminoso por la introspección y el recogimiento bien entendidos —nada de ensimismamientos— para enseñarnos que las playas «de postal» también tienen días plomizos y grises. O mares embravecidos y peligrosos, como en la brillante Poster boys, donde la distorsión guitarrera abrasa y sacude un pedazo de tema rockero de aires noventeros. O como en Love & alcohol una pieza crepuscular donde fondo y forma maridan impecablemente, logrando que la falta de limpieza del sonido resulte de lo más evocador. Imposible no imaginar un inhóspito y solitario rompeolas.

Pero todavía tenemos que «caer más bajo», Trigger todavía tiene que doler más. Esa es la función de la directamente funérea Song for los muertos. Con sus aires fronterizos, a lo Calexico, no sólo es uno de los momentos más sobrecogedores del disco, gracias a su cadenciosa oscuridad, el repiqueteo de sus guitarras y, sobre todo, a ese final con Vasco certificando la defunción de la relación en afligido castellano. Es el final… pero el mundo sigue girando.

Hemos alcanzado el ecuador del álbum y Mess —otro título inequívoco— aparece ligera y burbujeante, una lánguida y sinuosa interpretación del «día después» del desastre para, a partir del minuto 3:30, enfurismarse y enseñar sus dientes. La rabia deja paso a The dawn, los «restos del naufragio», en la que Big Summer transita hacia el bedroom pop en una pieza pequeña, delicada y preciosa marca de la casa. La serenidad asoma por la puerta.

¿Un nuevo capítulo se vislumbra en el horizonte? No exactamente, aún no. Space invader, elegida como carta de presentación de Trigger —gran videoclip por cierto—, se nos presenta juguetona y contundente, con su riff en bucle y sus aromas entre garajeros y glamrockeros, a lo T.Rex pasado por el filtro de la distorsión vocal y… ¿etílica? Desfase para olvidar y no pensar «All my lovers come and go, I don’t want to be alone». El truco más viejo del mundo. Y que, además, nunca funciona.

En cambio, Gotta get better nos devuelve a un estado de mayor aplomo y seguridad, presidido por el sonido de una slide guitar que traza una melodía tan lánguida como indeleble. El avance, arduo y a trompicones, prosigue a duras penas en la huidiza y de claro predominio instrumental Backroad, truncado por la voz de Batista desde algún lugar remoto. Enlazada a ella llega Velvet, encargada de cerrar Trigger por todo lo alto. Guitarras que parecen emparentarse con la Americana —territorio conocido por Big Summer— y un final que, comparado con el resto del LP, surge casi de forma grandilocuente y épica. Ahora sí, parece que la luz entra por la ventana…

Puede que Big Summer se hayan cambiado de vestido. Pero los nuevos ropajes les sientan estupendamente. El brillo, la euforia y la inmediatez quizás hayan desaparecido, pero no las canciones, que crecen con cada escucha. Trigger perdura.