Los melómanos angloparlantes suelen establecer una ilustrativa subcategoría para muchos de sus discos. Por un lado estarían los “Saturday night albums”, mientras que por el otro tenemos los “Sunday morning albums”. De esta manera, otorgan a los discos la capacidad de traducir o maridar la diferencia entre el sentimiento eufórico que tenemos una noche de fin de semana, y la necesidad –resacosa o no- de calma que nos invade en las mañanas del domingo. Pero ojo con los discos domingueros, ya que a ellos se les concede una aureola respetable. Son seductores y relajantes, pero tienen suficiente enjundia como para que el aficionado avanzado (aquel que decide cuidadosamente qué disco poner en cada momento) decida otorgarle la categoría de banda sonora de ese momento de su vida. De lo contrario, de quedarse tan sólo en la función de inofensivo masaje aural, estaríamos hablando de un “coffee shop album”.

A Bedouine, que se dio a conocer con un trabajo homónimo dominado por su tersa voz y su guitarra acústica, se la podría meter equivocadamente en el saco de la música para cafeterías, pero basta con bucear un poco en su propuesta, y sobre todo en la evolución mostrada con este segundo trabajo, para que nos quede claro que lo suyo es elevar las mañanas de los domingos y de cualquier día en el que podamos permitirnos caminar por el lado suave de la vida. Hablamos de un disco que resultaría imposible de fechar en una escucha a ciegas, y que nos remite a obras inmortales de Nick Drake, Joni Mitchell, Leonard Cohen, Carole King, o el más contemporáneo Jose Gonzalez.

Azniv Korkejian, AKA Bedouine, nació en Siria y llegó a los Estados Unidos a la edad de 10 años. Ahora vive en Los Ángeles y se codea con muchos de los artistas más respetados de la farándula, aunque ella lo lleva con mucha tranquilidad y humildad. En los créditos de su segundo disco podemos encontrar muchos nombres que no se juntan con cualquiera (el solicitado productor Jon Congleton se encarga de poner los micrófonos a la orquesta, mientras que varios músicos del universo Beck ponen toda su sapiencia en los minuciosos arreglos del disco, por no mencionar que lo publica es Spacebomb, el sello que dirige Matthew E. White), pero en esencia se trata del mismo equipo que sacó adelante su anterior trabajo, y se ha esquivado cualquier tentación de tirar de colaboraciones estelares.

Sí que se nota un paso hacia delante en los arreglos y en las orquestaciones de Trey Pollard, que son de esas que se supone que no mojan pero que acaban empapando (una sutileza que sólo se permite una notoria escapada en Dizzy, con un tramo final en el que la banda y la orquestación se dejan llevar hacia una arrebatadora jam entre psicodélica y jazzística).

Los pájaros del título se hacen notar en varias canciones, como metáfora recurrente para hablar de la libertad y de la opresión: “Si he cortado tus alas al presionar mis labios con los tuyos, te liberaré con lo que queda de tus alas y te dejaré cantar” (Bird); “No me decepciones, me estoy dando de golpes contra la jaula como un pájaro enloquecido” (Bird Gone Wild); “El colibrí volará de flor en flor a cada momento, incluso cuando cada vez cuesta más encontrar néctar” (Hummingbird). Afirma la artista que no era su intención hacer un disco temático, pero queda claro que la idea aviaria le fue rondando la cabeza durante parte de su proceso compositivo. Con todo, hay espacio para otros temas, como la muy comentada Echo Park y sus alusiones a la gentrificación. En cada uno de sus temas Azniv escoge sus palabras con cuidado y sin florituras, pero suele tener la capacidad para crear impactos de calado emocional.