Tssstss, me tenéis que guardar el secreto. ¿Lo haréis? Bueno, ahí va -de algo hay que morir-. los Beatles siempre me han dado un poco igual. No, no voy a discutir sobre su importancia capital, fundamental, esencial para entender el pop y el rock. Ni siquiera voy a intentar destronarlos de su inabordable panteón. Simplemente, de la misma forma que nunca he sido fan de Michael Jordan, tampoco lo soy de los cuatro de Liverpool. ¿Cuestión de gustos no?
De hecho voy a ir más allá. Creo que la razón principal de mi falta de interés en los Beatles viene precisamente del White Album, legendario doble álbum y tema del libro que nos ocupa. Fue el primero que alguien me hizo escuchar, allá en el comienzo de mi adolescencia -creo que era una cassette, eso que ahora es tan hipster y que por cierto, nadie hubiera considerado piratería en aquella época- y entonces me pareció un montón de relleno con alguna canción destacable. Años después, las canciones destacables son muchas más, pero en mi opinión globalmente sigue siendo un trabajo muy irregular, con demasiados temas mediocres.
Precisamente por esta admitida indiferencia, este libro ha sido una notable sorpresa, por momentos incluso una cura de humildad para quien escribe. Y de nuevo se debe principalmente a la pluma de Marcos Gendre, de quién ya alabamos en Indienauta su apasionante 200 Discos de Bolsillo, 1977-91: una historia alternativa en formato pequeño, también publicado por Quarentena ediciones. Este musicólogo logra no solo diseccionar con esmero y pasión la historia, complicada y tensa, que rodeó la creación del disco -el viaje a la India, las discusiones internas, el “factor Ono”-, así como sus consecuencias -con Charles Manson poniendo un macabro final a “verano del amor”-, sino sobre todo sabe llevar a su terreno al White Album, dándole una refrescante “vuelta de tuerca”, algo extraordinariamente meritorio teniendo en cuenta la banda y el disco que tiene entre manos.
Y es que al desmenuzar cada una de las treinta piezas que conforman este -interminable- hito del pop, Gendre establece infinidad de conexiones con artistas y bandas, muchas de ellas también imprescindibles, conformando una “cosmogonía musical” que otorga una nueva vigencia, o al menos la actualiza, a los temas de McCartney, Lennon, Harrison y Starr. De Pixies a Throwing Muses, de Hüsker Dü a Vainica Doble, de Big Star a Sufjan Stevens, pasando por The Boo Radleys o Sparklehorse, el desfile es mayúsculo. Y por ende, la huella del White Album.
Fans del cuarteto de Liverpool, esta nueva referencia os va a encantar, y espero que, al menos, os anime a indagar en los numerosos nombres que su autor propone. Por mi parte, voy a seguir pensando que Ob-La-Di, Ob-La-Da da vergüenza -no es la única- y que el “estado de locura” en el que se gestó el álbum hace del disco uno de los más sobrevalorados de los “Fab Four” y, por extensión, de la historia de la música. Pero gracias a Marcos Gendre he pasado un fin de semana de lo más divertido haciendo “musicología comparada”, volviendo a escuchar a artistas/grupos fundamentales -algunos favoritos- bajo una nueva perspectiva. La de rastrear sus influencias Beatles.
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