La evolución de Beach House ha sido como una de sus canciones: lenta, pero con paso firme. El dúo Baltimore ha cambiado poco a poco, y de sus dos primeros trabajos, tan minimalistas y sin apenas aditivos, a los últimos, donde nos dejan muchas más capas de instrumentos y una producción más cuidada, hay un abismo. Y lo más increíble es que solo ha pasado una década entre ellos. Ahora vuelven con el que es su séptimo trabajo, en el que añaden algún ingrediente más a su coctel sonoro. Aunque, como siempre, lo hacen de forma sutil y sin que resulte excesivamente evidente.
Lo primero que llama la atención de “7” es la producción, que es mucho expansiva y cuidada. El grupo ha decidido prescindir de Chris Coady, productor de sus cuatro trabajos anteriores, y ha llamado a Peter Kember, al que muchos conoceréis bajo el nombre de Sonic Boom. Junto a él, han dado una nueva vida a su música, lo cual no significa que hayan cambiado drásticamente de rumbo, pero sí han metido pequeños detalles con los que logran expandir un poco su sonido. Uno de ellos son las guitarras, que se convierten en las protagonistas de algunas canciones. Esto no es nada nuevo, ya lo habían hecho en el pasado, pero no como ahora. En temas como ‘Dark Spring’ y ‘Dive’ suenan más contundentes y sucias que nunca, y la verdad es que les sienta de miedo acercarse tímidamente al shoegaze. Incluso esa ‘Pay No Mind’, tan reposada y aparentemente inofensiva, cuenta con una guitarra de lo más áspera.
Si mencionáramos todos los detalles que encontramos en “7”, estaríamos horas hablando de él. Las múltiples capas de instrumentos y sonidos con los que cuenta, hacen que sea todo un disfrute diseccionarlo. Además, han sabido configurar ese collage sonoro para lograr lo más importante: buenas canciones. Hay muy poco que desechar en este trabajo, el cual, sin lugar a dudas, es el más ecléctico de su carrera. Aciertan cuando se van hacia la electrónica hipnótica y ensoñadora en ‘Lemon Glow’; cuando se ponen oscuros y minimalistas en ‘L’inconnue’, o cuando se van a un pop más luminoso y preciosita en ‘Lose Your Smile’ y ‘Woo’. Incluso, cuando suenan más a su pasado, como es el caso de ‘Drunk In LA’, que bien podría ser una fusión entre el sonido del “Teen Dream” y del “Bloom”, también sorprenden. Y luego tenemos un tema como ‘Black Car’, oscuro, minimalista e intrigante, que los transporta a hacia otros mundos que todavía no habían explorado.
Tras la irregularidad que presentaban sus dos anteriores trabajos, que dividieron a sus seguidores entre los que preferían “Depression Cherry”, y los que preferían “Thank Your Lucky Stars”, había un poco de miedo a enfrentarse a un disco suyo, pero los de Baltimore han superado la prueba con nota.
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