Ya os lo avisé a comienzos de año, al reseñar la estupenda Tainted love de Stewart Home, primer encuentro con el Colectivo Bruxista. Ésta no iba a ser una editorial más. Para corroborarlo, aquí llega su segunda entrega en la sección, Baron’s Court. Final de trayecto, de Terry Taylor. Una novela de culto, saludada como obra fundacional del movimiento mod sobre, de nuevo, la bohemia londinense de los sesenta. Un coming-of-age repleto de música, «grifa» y angustia existencial juvenil. Como cantaban The Jam…
I’m going underground (going underground)
Well, if the brass bands play and feet start to pound
Going underground (going underground)
Well, let the boys all sing and let the boys all shout for tomorrow
Escritor, actor, artista y fotógrafo, Terry Taylor (1933-2014), fue una figura destacada de la contracultura londinense en las postrimerías de los cincuenta y primeros sesenta. Fijo de la mítica Gallery One del poeta y marchante de arte Victor Musgrave, fue amante y asistente de la fotógrafa Ida Kar —lo retrató en numerosas ocasiones, como en la cubierta del libro—, e inspiró el personaje central de Absolute Beginners, la seminal novela de Colin MacInnes, quien lo animó a escribir. A finales de los 60 se trasladó a Tánger —también vivió en Goa—, donde experimentó con las drogas y la magia negra junto al mismísimo William Burroughs. Ya en los ochenta, regresó a Reino Unido, concretamente a Rhyl, norte de Gales, donde regentó una bocatería junto a su esposa.
Publicada originalmente en 1961 —inencontrable durante décadas, ya no hablemos de sus otras dos obras—, Baron’s Court es la historia de un muchacho rebelándose contra su presente y sus poco halagüeñas expectativas de futuro. A los dieciséis años, vive con sus padres y su hermana en la zona suburbial de West Kensington a la que hace referencia el título, y trabaja vendiendo sombreros. Se siente varado, alienado en un mundo gris. Pero, a través de su pasión por el jazz, se introducirá en los ambientes más hip de «la City», donde las sustancias se consumen con avidez, igual que el sexo, y lo «diferente» resulta cool. Un Soho en ebullición donde nuestro protagonista va a convertirse en adulto a toda velocidad…
Podría decirse que el planteamiento de la novela no es exactamente original. Sin embargo, Baron’s Court resulta gratamente refrescante. Primero, porque la descripción de ese submundo de «modernos» —que cerca está un beatnik de un yonqui—, clubs fardones y subcultura de la droga es fascinante. Lo mismo que el contraste entre la opresiva rutina de la vida familiar y la promesa que ofrece la urbanita bohemia a nuestro anónimo narrador. Y, sobre todo, las cuitas del protagonista son tan plausibles que Taylor logra que conectemos con él. No hay romantización ni épica y, contra todo pronóstico —realmente no—, la ausencia de grandilocuencia universaliza la novela.
De hecho, en mi opinión, más allá de todo ese jazz y marihuana, si Baron’s Court brilla sobremanera es por su certera capacidad de retratar lo mundano, convirtiendo la novela no solo en un fresco generacional y cultural, sino en una realista y empática mirada sobre qué significa hacerse mayor. Nuestro joven, ansioso por vivir su vida, lidia con la frustración laboral, la mansedumbre de sus familiares, o la apatía de sus conciudadanos. No obstante, a medida que el libro avanza —y el peligro asoma, emocionante—, vislumbramos menos candidez y ciertos cuestionamientos sobre la posible futilidad de su nuevo entorno y liberadoras aficiones…
Es más, Terry Taylor vuelca una tonelada de compasión por su púber personaje central y secundarios —quizás a excepción del capital mentor en la hierba Dusty Miller—. En especial su familia, con mención específica a su hermana Liz, esbozando una relación que podría ribetear con el kitchen-sink drama —su dilema, por comparación, es enorme—. El pasaje de la escapada a la feria es sencillamente memorable. En ese sentido, Baron’s Court confronta dos mundos, uno viejo y decadente frente a otro nuevo y excitante. Están condenados a chocar y, finalmente, a separarse… pese a los errores, decepciones y revelaciones que estén por venir.
Sugestiva y dinámica, su tono aparentemente liviano —rasgos impecablemente reflejados por la traducción de Susana Pietro Mori— esconde una enjundia mucho mayor que su trama superficial de inmersión adolescente en una «vida disoluta». Con un personaje y varias escenas para el recuerdo —la fuerza de ese desenlace— la recuperación y llegada a nuestro país de Baron’s Court es una gran noticia—Stewart Home tiene mucho que ver en ella, tal y como cuenta en el prólogo— y, lo más importante, una estupenda lectura, abundante de swing y síncopa.
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