Vivan los placeres culpables. Esa Paulaner de medio litro diez minutos después de haber salido del gimnasio. Fundirte media paga en ediciones raras de discos que tienes ya en tres versiones diferentes, incluída la clásica engañifa japonesa con no sé qué bonus track. Quizás desparramar un par de cientos de euros en unas zapatillas que son JUSTO ese color que ansías. O ver ‘Banshee‘. Puedes vivir sin las cuatro situaciones, pero qué coño, a veces el cuerpo te pide un homenaje sin pensar en las consecuencias.

Y esta serie es mí placer culpable de la televisión actual. ‘Banshee‘ nunca ganará un Emmy o un Globo de Oro de peso. No reventará las listas de revistas molonas para hipsters. Ni siquiera es de un canal reconocido. La produce Cinemax, algo así como una filial de poca monta de HBO, aunque cuenta entre su nómina de productores con Alan Ball (A dos metros bajo tierra, True Blood). No. Probablemente pasarás por el mundo sin conocer gente que la vea. Qué más da. Pero si quizás, sólo quizás, le das una oportunidad, igual te encuentras como yo: gozando como un cochino en el lodo.

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Banshee‘ no revoluciona nada. Es un Big Mac catódico. Imagino a sus dos creadores, Jonathan Tropper y David Schikler, dos escritores semidesconocidos, gestando la serie en plena borrachera: «¿Por qué no mezclamos ‘Amish Mafia’, las hostias que reparte Jason Statham en sus películas, temática carcelaria, la parte chunga de ‘Promesas del Este’ y le metemos escenacas de sexo cada diez minutos? ¡Venga, seguro que lo petamos!».

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Es un pastiche imposible y que obliga a que apagues la luz del hemisferio de tu cerebro donde se aloja la lógica y lo creíble o increíble. Para disfrutar. Ahí va la trama: un exconvicto recién salido del talego llega a Banshee, el pueblo que da nombre al asunto, en busca de la novia con la que robó 10 millones de dólares en diamantes a un capo ucraniano (el Señor Conejo, no digan que no tiene guasa) que les tiene en busca y captura. Nada más poner un pie en la localidad y aprovechando una coyuntura, la muerte antes de tomar su cargo del nuevo sheriff al que nadie conoce en el pueblo, se hace pasar por él para reconquistar a su amada (ahora mamá, con hijos y esposa del fiscal) mientras por el camino tiene una doble vida en la que sigue atracando y se gana la enemistad del mafioso local… que es amish. Pasa todos los días.

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Desde ahí, ensaladas de violencia explícita, la libido disparada con Ivana Milicevic y Lili Simmons (que ya tuvo una aparición sabrosa en ‘True Detective’) y uno de los mejores villanos que veremos en la tele actual. Kai Proctor (interpretado por el danés Ulrich Thomsen), el Corleone amish de Pennsylvania. Digamos que un día decidió dejar de poner la otra mejilla en su comunidad anclada en el siglo XVII para partir unas cuantas cabezas y traficar con todo el pack habitual: drogas, armas y prostitución. Eso sí, todo ello vestido aún al estilo amish y con un enorme tatuaje de Jesús en la espalda. Acojonante. En el enésimo giro de tuerca, en la segunda temporada aparecen neo-nazis y una banda de indios liderada por un Hulk piel roja. Es que es para verlo…

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Ambas temporadas se han emitido en España en Canal+Series y Cinemax ya ha encargado una tercera que se emitirá en enero de 2015. Un buen momento para compensar de nuevo las series profundas (o que quieren serlo) con esta ‘Banshee‘ que es pura testosterona. Bendito placer culpable.