Segundas partes no suelen ser buenas… Excepto si nos la propone una editorial tan infalible como Impedimenta. Y es que en este arranque de 2023 nos trae Araña, el regreso de Jon Bilbao junto a su indómito pistolero John Dunbar, el «Basilisco». De nuevo, presente y pasado, realidad —siempre desde la ficción— y mito, en una novela con aires de western y aventuras, pero también poderosa obra introspectiva, con mucho de autobiográfico. Una fascinante encrucijada entre Asturias y el Oeste de Estados Unidos. 

Araña orbita claramente en las mismas coordenadas y ambientes de su hermana mayor,  Basilisco —sin olvidar Los extraños, prima lejana en forma de nouvelle—. Como aquella, es una obra episódica que alterna las peripecias de Dunbar y las cuitas del propio autor de Ribadesella —más un episodio protagonizado por Katharina, ex de Jon, en Disneyland París—. Uno está tentado en seguir tirando del hilo y decir que, igual que en la anterior novela, estamos ante un libro tan «raruno» que carece de un argumento propiamente dicho, «al uso». Pero aquí comienzan las diferencias… 

Y es que, diría, los hilos narrativos de Araña son más claros comparados a los de Basilisco. No tanto —e intentando destripar lo mínimo— en el caso del escritor, de nuevo sumido en la zozobra emocional, a quien vemos en distintos momentos de su línea temporal. Revisitando EE.UU. junto a sus hijos y su nueva pareja, en busca de experiencias a atesorar y, quizás, inspiración para retomar la escritura, a su forajido de leyenda. Recordando extrañas situaciones domeśticas de su infancia, reveladoras y tenebrosas epifanías para el lector. O acongojado en un presente de extrema vulnerabilidad de regreso —otra vez— a la casa familiar.     

En cambio, tenemos a John Dunbar, convertido en personaje novelesco —genial la aparición de James Bramble, cronista de sus peripecias, necesitado de más hazañas que trasladar al papel—, sanguinario, hermético… ¿O no tanto? No es que nuestro antihéroe sea ahora la «alegría de la huerta» o un pacifista convencido. Sin embargo, el otrora volcánico y solitario bandolero se humaniza notablemente en Araña. De hecho, su relato es, grosso modo, el de la búsqueda de uno mismo. Liderando la surrealista expedición del iluminado Grouard en pos del «Paraíso», un asentamiento deífico para sus peregrinos. Y conociendo a Lucrecia, secundaria abocada a adquirir mayores galones en futuras entregas… Porque sin duda las habrá.   

Y luego está la tercera figura central de Araña, omnipresente aunque, dada su naturaleza esquiva, permanezca agazapada, aguardando el instante en el que tomar las riendas, por asalto, del destino de todos los personajes del libro. Me refiero, claro, al artrópodo titular. Su definición, todavía brumosa, puede vislumbrarse con mayor rotundidad que nunca. Llámese enfermedad, trastorno, depresión, angustia o vacío vital… Un «agujero negro» con el que luchar o frente al que sucumbir. Y elemento que conecta intensamente las creaciones de Bilbao, certificando el estupendo, por absorbente, «juego de espejos» que configura la novela.  

Y es que el asturiano, narrador puro donde los haya, vuelve a brillar con los caminos paralelos que su alter ego y Dunbar —sin olvidar el pasaje de Katharina que, quizás, queda algo colgado—, recorren. Lo cotidiano y lo épico, con incursiones en lo terrorífico —en menor dosis que en Basilisco—, para hablarnos acerca del comportamiento y las relaciones humanas frente a situaciones extremas, ya sean éstas distantes, cuando no quiméricas, o bien reconocibles. En Araña, la crisis existencial, con profunda implicación familiar, asola tanto al implacable aventurero como al marchito escritor divorciado. Sus mundos, simbióticos, están repletos de cuevas y refugios donde ansían —infructuosamente, huelga decir— cobijarse.  

Ya me ocurría con Basilisco. Los capítulos de John Dunbar, a excepción de, a mi juicio, su forzado retorno al hogar, vuelven a resultar más interesantes que los más mundanos de Jon. Como la mencionada expedición pseudo-religiosa —¿realmente tan distinta de la científica del Capitán Drummond?—, cuyos ecos pioneros entroncan, rebosantes en mala uva, con los mitos fundacionales estadounidenses. La imposibilidad de vivir aislado, en falsa paz consigo mismo —Walden es inviable—. La «psicodelia» de «Lengua Azul». O su condición de personaje de ficción cuyas hazañas son literatura e imaginario colectivo. Mucho que disfrutar.

No obstante, creo que Araña, sacrificando algo de visceralidad y extrañamiento, es una novela más redonda que la primera. La sensación es que ambos mundos conectan más fácilmente, acompañando inquisitivamente al lector. Y, al renunciar a un exceso de escenas grotescas en favor de algo más plausible, resulta incluso más perturbadora. En cualquier caso, estamos ante una nueva muesca de gran literatura. La mitad de una dupla original, seductora, de ritmo trepidante y tenso. O un todo tan inquietante como cautivadora. La habilidad de Bilbao para transformar la fábula y lo personal en ese tipo de ficción que no puedes dejar es extraordinaria.