Ilusos de nosotros, que pensamos y que probablemente dijimos en público que con Your Woman (2016) había llegado el techo de Angel Olsen. ¿Quién podía culparnos? Sus dinámicas, las estructuras de sus canciones y unas interesantes incursiones en el mundo del pop de sintetizadores representaban una pirueta sonora, estilística e interpretativa respecto a la crudeza de su también brillante Burn Your Fire For No Witness (2014). Tres años ha tardado Olsen en asumir todo lo bueno que le pasó con You Woman y dejarnos noqueados con su nueva encarnación musical.
La cosa va de cuerdas, de arreglos de cuerdas gigantes e inquietantes que visten gran parte del disco sin temor a salirse de los cánones románticos o épicos normalmente asignados a los añadidos orquestales de un disco de pop. Basta escuchar los seis intensísimos minutos de Lark (y especialmente su tramo final, no apto para corazones delicados) para comprobar que ni Olsen ni las cuerdas se andan con chiquitas. Tan sólo Björk cuando decidió experimentar los límites de ese tipo de orquestaciones, o Portishead cuando hicieron de la agonía el motor de su discurso, nos habían sometido a algo similar en la música popular. Que este sea precisamente el arranque del disco da la medida del atrevimiento y la ambición de la cantante de Missouri.
Por suerte -porque no podríamos con tanto-, este All Mirrors baja el pistón a continuación, si bien el aire amenazante de la canción de apertura merodea en cada uno de los cortes restantes (y a veces regresa sin cortapisas, como en la igualmente tremenda Impasse). La luz total tan sólo nos llega al final, cuando la bellísima Chance, cierra el disco con más o menos el mismo tipo de instrumentación pero, esta vez sí, zambulléndose en todo el esplendor clásico de una balada al estilo de los Walker Brothers.
Curioso es que, estando ante un disco que destaca por su ampulosa forma, el origen fue una versión desnuda, prácticamente a solas, de las mismas canciones. Ese iba a ser realmente el trabajo que Olsen tenía pensado entregar, pero por el camino llegó la decisión de jugar a ver cuánto podían estas composiciones viajar hasta el otro extremo. El resultado es lo que ahora tenemos entre manos, mientras que ese otro All Mirrors acústico parece que podría llegarnos el año que viene.
Hemos hablado de cuerdas, pero en todo momento tenemos a una banda solvente, que sabe encontrar su sitio y que a veces hasta empuja la balanza hacia el pop que muchos podían haber esperado de Olsen a estas alturas. (escúchense los sintetizadores de Too Easy, por ejemplo, o la candencia “Beach Boys” de Spring, cuyo encanto “easy listening” se mantiene hasta que la melodía principal se repite deliberadamente desafinada a modo de solo). Luego tenemos canciones que viven entre los dos mundos, como New Love Cassette, un ejercicio de misterio y de contención roto abruptamente por un cañonazo de cuerdas (minuto 1:50) que abre la veda para llevarnos una vez más hasta el abismo.
Ante tal triunfo artístico en todos los aspectos, hay que alabar a Olsen, pero también conviene guardar un pequeño laurel para el productor John Congleton, que ya trabajó con ella en el mentado Burn Your Fire For No Witness, y que aquí deja claro por qué, en el tiempo transcurrido desde aquella grabación, se ha convertido en uno de los productores más requeridos y celebrados.
El quinto disco de Angel Olsen, por tanto, se confirma como su obra más expansiva y completa, la confirmación definitiva de que no estamos simplemente ante una voz desarmante (que también), sino ante una artista inconmensurable.
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