Anatomía de un soldado, Harry Parker (Sexto Piso, 2016)
Parece mentira, pero la literatura bélica aún puede depararnos gratas sorpresas. Como este Anatomía de un soldado, impactante debut del británico Harry Parker y una nueva diana de Sexto Piso, que en este 2016 se está realizando un «temporadón» literario para enmarcar. Una novela que nos habla del desastre «conocido» de la guerra. De dolores desgarradores, tanto físicos como emocionales. De pérdidas y ausencias traumáticas. De retornos imposibles, mitad milagro, mitad frustración. Pero siempre de una forma sumamente original, a la par que arriesgada. Deconstruyendo al soldado Tom Barnes… a través de los objetos.
Así es. Parker arma su libro a través de una pléyade de narradores fríos, precisos, inmisericordes e inanimados. Secundarios habitualmente relegados a adornar o reforzar el relato, convertidos en firmes voces y motores de la historia. Y, de este modo, desplazando el foco narrativo a las botas, prótesis, drones, mochilas, sondas, artefactos caseros, cascos, y un largo etc. con los que nuestro protagonista, el capitán Barnes —o BA5799, según su anónima placa— interactúa o padece en la forma más devastadora, su autor nos brinda una polifonía desapasionada y lúcida del horror. Apropiándome del título de la obra maestra de Tim O’Brien, Las cosas que llevaban los hombres que lucharon… nunca mejor dicho.
Hay una concreción brutal en Anatomía de un soldado. Pero en algunos capítulos, los más aterradores —el hospital, la rehabilitación, la habitación del hogar que ya nunca será igual—, la exactitud es tan abrumadora que, sencillamente, al leer la breve biografía de su hasta ahora desconocido autor, hace daño. Parker se unió al Ejército británico con tan sólo 23 años, siendo capitán en Irak en 2007 y en Afganistán dos años después. Allí, en una incursión fallida, perdió las dos piernas, aunque salvó la vida. Tras regresar a casa, la escritura surgió —uno no puede dejar de pensarlo— como una manera de lidiar con la desgarradora experiencia… y sus fatales consecuencias.
Así, la reconstrucción de la tragedia de Barnes / Parker a través de toda suerte de elementos nos sitúa en algún lugar de Oriente Medio —detalle significativo que no sepamos cuál es la zona de conflicto en un libro que mide cada una de sus palabras cuál experto cirujano—, en una clínica donde nuestro protagonista se convierte en superviviente, y de vuelta con su familia. Tres escenarios unidos por la violencia, la destrucción y los seres humanos devastados, literal y emocionalmente.
No todos los capítulos, siempre breves, rayan a la misma altura, siendo quizá los episodios bélicos los menos destacables —probablemente porque estamos demasiado «acostumbrados», cuando no tristemente inmunizados, frente a ellos—. Pero, a cambio, el lector se va a encontrar cara a cara con algunas de las páginas más espeluznantes que se han escrito este año —por no decir en bastante tiempo—. Son las que suceden en camillas, en intervenciones drásticas y de altísimo riesgo para el paciente en un intento desesperado para atajar la letal infección. O en la lucha para adaptarse a las nuevas «piernas», aunque sean un martirio, aunque conlleven más tormento y desolación. Pasajes que angustian. Que te obligan a seguir enfrascado en la lectura. Exigen tu plena atención. Te apabullan con su combinación de aplomo y flemática prosa por parte de esos objetos transformados en testigos privilegiados del horror, mientras el endiablado ritmo de la frase corta tras frase corta te noquea por acumulación. Te fuerzan a soltar un «joder» o a implorar un acojonado «no, no» en la intimidad.
Anatomía de un soldado lleva inevitablemente a pensar en otro imprescindible, el durísimo alegato antibélico de Dalton Trumbo en Y Johnny cogió su fusil. Y, aunque la comparación en principio no se sostenga dada la cuasi oposición en sus estilos narrativos, apasionado, turbado —rozando la truculencia y la sordidez— y con una clara voluntad de denuncia en el clásico de finales de los años treinta versus el desapego hiperrealista de los inusuales narradores, la abstención ideológica del autor y, aunque parezca mentira, una cierta esperanza —al menos, por seguir adelante— en la novísima novela de Parker, ambos trabajos comparten «resultados finales». Son magistrales en su habilidad para provocar el estremecimiento del lector, suscitar la humana empatía ante el sufrimiento y el sobrecogimiento ante lo inexplicable. Sensaciones que sólo la mejor literatura puede transmitirnos. Todo lo que conlleva el absurdo de la guerra desbordando los límites del papel.
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