Carlos, casi siglo y medio después continúas teniendo razón. Señoros rancios —nietos de golpistas incluidos— protestando a bordo de sus descapotables por el derecho a ir a su segunda residencia u organizar la próxima escapada pese a estar en pleno confinamiento. Marquesas insultado a luchadores antifascistas en el mismísimo Congreso —de Trump mejor ni hablo—. Hacendados, emprendedores, bots fachas, y lo que es mucho peor, obreros que se creen clase media, criticando la medida del Ingreso Mínimo Vital, llamándolo «paguita». La lucha de clases está más de actualidad que nunca. Por eso, la aparición de este Amianto de Alberto Prunetti, gracias a mi querida Hoja de Lata, no es otra más. Es una publicación necesaria. Y urgente.
Nacido en Piombino, en la toscana provincia de Livorno, en 1973, Alberto Prunetti es traductor, editor y escritor. En el primero de esos campos, ha traducido al italiano a Evaristo Carriego, Roberto Arlt, Osvaldo Bayer, Angela Davis, David Graeber o John Sinclair. En el segundo, forma parte de las revistas Carmilla online, Nuova Rivista Letteraria, Lavoro Culturale y Jacobin Italia, además de dirigir la colección Working Class de Edizioni Alegre. Finalmente, como autor, Prunetti se ha embarcado en una trilogía sobre la clase trabajadora, cuya primera entrega es este Amianto, publicada originalmente en 2012, a la que ha seguido 108 metros, en 2018, por los que ha obtenido diversos reconocimientos. Y aún más importante, es el hijo de Renato, protagonista de la obra y epítome del obrero frente a la implacable maquinaria capitalista.
Trabajador precoz —comienza su trayectoria laboral a los catorce—, forjado en la posguerra, Renato es un obrero de contrastada maestría en el oficio de soldador tubero, lo que le llevará a ser requerido en buena parte del país. Un jornalero orgulloso de su pericia y dedicación. Pero, al mismo tiempo, también es un asalariado expuesto a un riesgo constante. Laborando al lado de tanques de petróleo, y respirando zinc, plomo —«buena parte de la tabla de elementos de Mendeléyev», escribe Prunetti— y, sobre todo, amianto. El «asesino silencioso» que, alojado en su pecho, le provocará lentamente el cáncer que acabará con su vida a los 59 años. La consecuencia definitiva de la explotación laboral.
El tono de Prunetti en Amianto es sentencioso y grave. Su prosa tiene algo de discursiva, en parte lógico debido a la voluntad de ahondar en la explicación de los hechos, construyendo así la imagen de su padre, su verdad. Y, con ella, la de infinidad de curritos. Sin embargo, uno solo puede aplaudir el intento de amalgamar distintas formas narrativas, las memorias, el ensayo, la investigación, la literatura de denuncia, para gestar una literatura working class que no se adscriba a las directrices de la novela burguesa, que no demonice al obrero y apele a un sentido colectivo —jodeos Ayn Rand y escuelas económicas del Opus—. Seguro que resulta una lectura plúmbea para los Garamendis y Ajrams del mundo. Esa sería la mejor señal…
Además, Amianto no es una obra deprimente. Su brevedad, junto a la mencionada diversidad estilística abordada —bien reflejada en la traducción de Francisco Álvarez—, depara no pocos hallazgos de interés para atraer a cualquier tipo de lector con conciencia. Como la exposición de la batalla legal por el reconocimiento del amianto como causa de la enfermedad que acabó con Renato —la resolución del caso no puede ser más elocuente—. Junto a episodios literariamente deliciosos, caso de ese cierre tan cinematográfico. O esa dilatada «excursión», desviándose sólo ligeramente del eje del libro, para rememorar los campeonatos de fútbol de su infancia y adolescencia —balompié callejero u organizado alrededor de las fábricas donde ejercía su padre—. No, Amianto tiene una energía ufana y auténtica. Incluso posee banda sonora. Cero victimismos y la cabeza bien alta.
Dejé lo más importante para el final. Porque Amianto no pretende regodearse o reivindicar el pasado. Sino conectarlo a nuestra actualidad, reflejando que las contradicciones y la realidad de entonces entroncan, tristemente, con las de hoy. Ahí tenemos la magníficamente expuesta correlación entre la fragilidad del puesto de trabajo del padre y la nueva precariedad laboral del propio Alberto Prunetti. El padre, mientras su cuerpo empieza a flaquear, ve como su labor va haciéndose cada vez más prescindible a causa de los avances tecnológicos y las preferencias empresariales. El hijo, que gracias a él ha disfrutado de una educación que debía apartarlo de una ocupación manual, sufre las miserias de un mercado laboral incierto y efímero. Ni los callos ni los títulos formativos aseguran el futuro del peón. Ni en el siglo XX ni en el XXI.
Amianto escuece y duele, pero a diferencia del criminal metal titular, no asfixia. Acaso un poco anfractuoso narrativamente, sobre todo es un libro valioso. Por estar escrito, como subraya Isaac Rosa en el prólogo, «desde dentro, […] sin condescendencia o superioridad moral». Y por surgir en un momento de la Historia en el que los conflictos y las paradojas laborales son ingentes y brutalmente divisivas —la tecnología amenazando infinidad de puestos de trabajo; las viejísimas trampas de las innovadoras empresas de la mal llamada economía colaborativa, el terrible anuncio de Nissan cuando hablamos de una sociedad sin coches, el desesperado y apresurado rescate de la hostelería y el turismo cuando son el caldo de cultivo de los trabajos basura…—. «A working class hero is something to be…».
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